La palabra “banquete” posee las connotaciones de abundancia, riqueza y placer. Y eso es precisamente lo que el ser humano siempre anda buscando. De este modo, nuestro banquete es para ser degustado por un único invitado, con cuatro egos abiertos a todas las posibilidades que la carne le pueda ofrecer. El placer de los sentidos se ha visto asociado por la tradición con algo negativo. La carne sin preparar, en su estado primigenio, nunca puede ser fruto de placer sino origen de enfermedades. Despierta el asco, la repugnancia y es un recordatorio de que nosotros mismos somos también carne y vísceras, no demasiado distintos de aquella plastificada y en bandeja de los supermercados.
Ante el espectador, una pantalla dividida en cuatro partes. Una misma mesa en la que podemos ver un montón de carne de vacuno y un único comensal que cubre su cara con una máscara de vaca, comiendo en silencio. Solo el rojo de su pasión cubre su cuerpo. Este comensal también se enmascara como un pollo y es un pollo crudo de lo que se alimenta. Vemos que un hombre se esconde tras los distintos totems pero, a cada bocado, se va deshumanizando, se va convirtiendo en un animal más. Hay una tercera division, el cerdo, y sobre la mesa se acumula más carne, sesos y visceras. Finalmente, en el último fragmento de pantalla, el comensal se despoja de su máscara para seguir enmascarado como el más peligroso e inmundo de los animales. Se añade más carne a la mesa, esta vez no sabemos a qué o a quien pertenece. Todo humano, todo animal.
Esta performance es una reflexión acerca de lo que comemos, de los llamados animales “consumibles”. Hechos lonchas, deshuesados y listos para cocinar, la carne sólo es una masa sanguinolenta que necesita del fuego purificador para ser consumida y del grito liberador como válvula de escape. Este personaje devorador de carne cruda es un retrato grotesco de nuestros días: un ser humano animalizado, convertido también en ganado o en ave de corral, el cual no se pregunta de dónde viene lo que consumimos ni cómo lo hacemos. Sólo devora lentamente todo aquello que disponen ante sí.
Sandra Rayos/Emi Wilcox
Autoría de las fotos: J.L Buitrago y Edición de vídeo Paco Portero.