Un naufragio implica dos cosas: el desastre y lo que queda después de él. Esta exposición trata de lo segundo, de los vestigios que hay después de la tormenta, de lo que arrastró la marea, ya sea real o simbólica, y depositó en tierras extrañas.
Las imágenes nos hablan de grandes y pequeñas catástrofes. De las cosas que, sin querer, arriban a nuestras playas con su aura inquietante y su promesa de ruina. Todos nos hemos sentido hundidos alguna vez, arrastrados por una corriente más fuerte que nosotros. Huidos de la luz nos hemos hallado en lugares desconocidos, más ligeros, como si hubiéramos perdido algo en esa caída al abismo. Desorientados, nos convertimos en náufragos de nuestras propias vidas, esperando en una isla desierta el calor de otro ser humano.
Parece paradójico que cada vez haya más náufragos y más islas desiertas en este mundo donde resulta difícil conservar lugares secretos, donde todos los rincones han sido explorados y hemos conquistado los siete mares. Pero todo ello no nos salva de acabar naufragando, aún con los pies en la tierra.
Para todos aquellos supervivientes de sus propios naufragios cotidianos, esto es un recordatorio de que, a pesar de la desgracia, no todo está perdido. Recoge los restos después de la tormenta y aprende a vivir con lo que te queda. La felicidad es eso: sobrevivir al desastre y dejar que la marea te lleve hasta aguas más tranquilas.
Sandra Rayos