El término anagnórisis alude a una revelación, descubrimiento o reconocimiento que en el teatro griego clásico coincide con un punto de inflexión, en el que el protagonista descubre algo esencial a cerca de sí mismo o de los demás. Algo que tiene que ver con la identidad y que puede cambiar el desenlace de la historia tal como estaba hasta ese momento. Es el instante en el que el protagonista pasa de la ignorancia al conocimiento, de las sombras a la luz.
Nuestro proyecto consta de una transformación, un cambio de estado en el que el pelo es parte del artificio que creamos día a día, para nosotros y para los demás. Nuestros aspecto físico nos limita, habla, se complementa o contrapone con nuestras palabras pero, ante todo, es máscara.
Poner de manifiesto esa máscara no siempre resulta fácil, pero cuando la decisión emerge desde un punto oscuro de la conciencia, una necesidad de cambio comienza desde el interior caótico y abarrotado hacia el exterior. El protagonista enfrenta su mirada hacia el espectador, testigo cómplice de unos actos íntimos y sustanciales. El afeitado es más que una acción cotidiana, es el comienzo de una senda que deja atrás lo material para convertirse en un iniciado. Y tal vez en ese tránsito tenga lugar el descubrimiento, la anagnórisis, que de lugar a un conocimiento más profundo de la propia identidad.
La acción está dividida en dos actos: el primero se desarrolla en un interior. Un foco ilumina la escena donde la persona y su representación (la fotografía) captan nuestra mirada. Un fuego fatuo arde ante nuestros oídos. Comienza el ritual de iniciación y el pelo va desapareciendo lentamente. Mientras la persona está sometida al tiempo y a sus propios actos, la fotografía muestra el vestigio del pasado, un recuerdo de lo que hasta hace poco era y que ya está cambiando delante de nosotros. El juego de espejos no hace sino acentuar la pregunta que flota en el aire, ¿hacia dónde va esta transformación? ¿En realidad la máscara cae al fin, o es sólo una ilusión, una ficción representada?
El segundo acto transcurre al aire libre. Un entorno aparentemente idílico pero claramente deshumanizado. La persona se ha liberado de las cadenas del pasado y como nuevo iniciado el pelo ha desaparecido. Pero la maquinaria debe volverse a poner en marcha e intentar recobrar lo perdido. En algunas culturas aquellos que renunciaban a la vida terrenal para iniciar caminos espirituales consagrados a alguna orden monástica o a una divinidad, se desprendían de todo o parte del pelo en señal de renuncia hacia lo instintivo y sensual, libres de las ataduras del cuerpo y del pasado para empezar una nueva vida.
Sin embargo estos caminos no están exentos de titubeos, inseguridades y dudas y así queda plasmado en esta segunda parte en la que se desea regresar a un estado inicial. El pelo es restaurado en la imagen en un intento de recreación del aspecto anterior. Sin embargo la realidad se impone, el iniciado no puede dar marcha atrás y su relevación está por acontecer. Esa contradicción entre lo que fuimos y los que somos es el camino de la búsqueda de la identidad. Una intersección donde el pasado y el presente confluyen para dejar explotar, por un instante, todas las posibilidades de lo que podemos llegar a ser.
Texto: Sandra Rayos/Emi Wilcox